1 grado, 30 centímetros

Delta

En los años 60 se produjo la mayor crisis migratoria de este país, una huida de centenares de miles de ciudadanos en busca de una vida mejor. No era una consecuencia de una crisis climática, era socioeconómica.

Desde entonces, en poco más de 50 años, una generación y media después, hemos visto incrementarse en más de 18 centímetros el nivel del Mediterráneo, y todo indica que alrededor del 2050 esta subida del nivel estará por encima de la media mundial. Los modelos nos alertan que superaremos los 30 centímetros y que este suceso afectará a más de 200 millones de persona. Este escenario será consecuencia directa del incremento de un grado centígrado (1ºC) en la temperatura media del mar Mediterráneo algo que, hoy en día, aparentemente, sucederá con independencia de las actuaciones urgentes que se pudieran tomar a partir de este mismo momento, o incluso que ya se hayan tomado.

A los efectos directos hay que añadir otros asociados al incremento de la demanda de agua dulce y el uso incesante de agua desalinizada que está provocando alteraciones puntuales en zonas de costa, la plaga de los plásticos que ya se observa en el 40% de las especies marinas que han sido muestreadas y, cómo no, por el incremento de la presión por la demanda de proteína marina consecuencia del crecimiento poblacional, a la que hay que añadir la urgencia de proveer una alimentación sana y saludables para las personas y animales.

Podemos decir, con evidencia suficiente, que la pesca y la acuicultura mediterránea se verá afectada.

Cuánto y en qué medida todavía no lo sabemos, pero llegado a este punto esta es una cuestión que, ahora mismo, importa poco. La urgencia está en garantizar actuaciones que nos permitan revertir o, cómo mínimo, ralentizar el cambio.

En la naturaleza existe un mecanismo de adaptación biológico (evolución) que funciona a la velocidad que determinan las reacciones bioquímicas, y su capacidad de adaptarse a los cambios del medio ambiente. Cada especie tiene su propia velocidad y se encuentra condicionada por multitud de factores que se integran multifactorialmente. Aunque podemos decir que hay de todo, en general, lo que no le gusta a la naturaleza son las prisas y 50 años son marca de récord universal. Quitados fenómenos globales catastróficos a los que no nos gustaría enfrentarnos de improviso. Pero parece que no está previsto que un meteorito caiga en breve y nos deje desamparados.

Los datos de los últimos 25 años que disponemos de la temperatura y salinidad del Mediterráneo presentadas recientemente (marzo de 2021), dentro de los estudios realizados por el Grupo Mediterráneo del Cambio Climático (IEO), por el Sistema de Observación Costero de las Illes Balears (SOCIB) y por el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC), nos indican que, en realidad, el incremento será de 2ªC por siglo, pero que lo peor de lo peor es que la columna de agua está absorbiendo calor a una velocidad cada vez mayor.

Como hemos dicho, para el Mediterráneo las prisas no son buenas, y proceso que está en marcha tiene toda la pinta de ser irreversible. Observamos como se producen fenómenos climáticos que afectan con severidad la costa, en concreto la del Mediterráneo Occidental y con dañina puntería la costa catalana, lo que está provocando un cambio drástico del litoral y los ecosistemas que tiene asociados, por lo que es evidente que no todo será igual en un futuro muy próximo.

ASTRIUM FUNDACIÓN GOODPLANET / LUNWERG

Nos encontraremos con nuevas especies que habrán sido capaces de adaptarse o movilizarse al ritmo del cambio, como ya empezamos a ver en un entorno de altísima sensibilidad ambiental como es el Delta de l’Ebre, caracol manzana, cangrejo azul, peces globo, medusas, praderas de algas, especies migradoras… y otras de interés e importancia, que desaparecen, como la nacra. Cambios en los fondos marinos, cambios en las corrientes, modificaciones de las estructuras de los santuarios marinos, efectos en la salinidad y la temperatura. Todo esto influirá en los cambios que provocan las estructuras ambientales que determinan la actual biodiversidad.

Y por supuesto cambiarán los usos asociados al mar, cambiará la pesca, cambiarán las practicas acuícolas y cambiaremos nosotros.

No queda más remedio que esperar y observar si nuestro Mediterráneo hará o no una adaptación amigable, desde un punto de vista de la humanidad, y si continuará siendo la cuna de civilizaciones que ha sido durante muchos siglos.

Creo que ya no da más de sí, ya hacía tiempo que nos venía diciendo que su enfermedad empeoraba, ahora sólo se ha acelerado y las medidas que se han tomado hasta el momento, no sirven para lo que padece. Es posible que tampoco sirvan las que estamos aplicando en estos momentos, porque lo que de verdad es necesario es cambiar nuestra mirada y sobre todo la forma en la que nos servimos de este mar.

Miradas y medidas que implican la reducción de los usos turísticos, la restricción pesquera, una adaptación inteligente de los espacios para uso acuícola y utilizar especies y prácticas regeneradoras y, probablemente, la redefinición de los espacios marítimos y costeros. Puede que recuperando zonas perdidas, ocasionalmente, dejando perder zonas recuperadas, y generando nuevos espacios santuario que nos devuelvan un poco más de lo que nosotros les damos. El mar Mediterráneo acostumbra a hacerlo si lo tratamos bien.

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