
Corría el año del señor de 1985 y el cultivo de mejillones en el Delta del Ebro, concretamente en la bahía del Fangar, ya estaba muy arraigado. La buena marcha de este cultivo, hizo que se construyeran también mejilloneras al otro lado del río, en la bahía de Los Alfaques, por la empresa local “Burato y Nebot”. La construcción de las mejilloneras siempre seguía el método tradicional que consiste en unas columnas cuadradas de hormigón, que se clavan en el fondo de la bahía, que apenas alcanza los 6 metros de profundidad, y que sobresalen un par de metros por encima del agua. Las columnas de hormigón, sustentan unos troncos redondos, de madera, formando un entramado del que se cuelgan las cuerdas en las que se envuelve la cría del mejillón mediante una malla de algodón, y se sumergen bajo el agua a esperar a que el mejillón crezca, rompa la malla y alcance el tamaño comercial.
La riqueza de fitoplancton de ambas bahías hace que el crecimiento de estos bivalvos filtradores (pueden llegar a filtrar más de cinco litros por hora), sea muy rápido y que el mejillón pueda ser cosechado en menos de un año. Además, se decía que el mejillón del Delta era de la especie Mitylus Galloprovincialis “mucho mejor” que el Mytilus Edulis, que se cultiva en bateas flotantes en las rías de Galicia, y que suponía el ochenta por ciento de la producción mundial.
Polémicas aparte, el éxito del cultivo de estos bivalvos, atrajo el interés de diversas empresas por el Delta del Ebro, como posible zona productora de otras especies acuícolas.
Y así empezó el “boom” de la acuicultura en la zona, y la historia de diversos biólogos que nos desplazamos a trabajar y vivir al Delta, y a hacer todo tipo de inventos, para intentar producir con éxito y de manera rentable y sostenible, diferentes tipos de especies marinas.
Este fue mi caso y el de mi amigo, Joan Güell, entre otros. Yo era “lo bioleg de les Salines” de la empresa “INFOMAR” ubicada en las Salinas de la Trinidad, propiedad de la empresa S.A. CROS en la “Punta de la Banya” de la bahía dels Alfacs, y Joan tenía ubicada la piscifactoría en el Poble Nou del Delta, que en aquella época se llamaba “Villafranco del Delta”.
Joan, que siempre ha tenido un fino sentido del humor, y yo mismo, buscábamos alternativas para conseguir un agua de calidad para nuestros cultivos, que no se enfriase tanto en invierno ni se calentase tanto en verano como la de la bahía dels Alfacs, que debido a su escasa profundidad, apenas seis metros y su lenta renovación, de dieciocho a treinta y dos días, según los estudios de la época de Jordi Camp del Instituto de Ciencias del Mar del C.S.I.C, puede llegar a temperaturas por debajo de los cinco grados centígrados en invierno y por encima de los treinta grados en pleno verano. Un auténtico “plato de sopa” que dificulta mucho cualquier cultivo.
Por eso comenzamos a excavar, de manera casi simultánea, dos pozos, él en su piscifactoría de “Villafranco del Delta”, donde producían almejas y otros bivalvos, además de langostinos, y yo en las “Salinas de la Trinidad” donde además de mejillones producíamos langostinos, doradas y lubinas.
Joan empezó a excavar su pozo con “Pío el pouer”, y yo con la empresa “Hermanos Méndez”. El método de Pío era a percusión, y cada vez que la perforadora percutía contra el suelo “temblaba tot lo Delta”.
Nuestro método de perforación era a “rotación inversa con inyección de bentonita”, y era más fino en este sentido. En cualquier caso avanzábamos en profundidad casi de forma paralela, y a los dos nos asesoraba Carlos Loaso, un geólogo de Tortosa, muy científico y muy reputado en la zona, y con mucha experiencia en la construcción de pozos.
A medida que los pozos iban ganando profundidad, íbamos extrayendo muestras de agua y de sedimentos, que se enviaban a analizar al “Centro de investigación de Badalona”, que al igual que Las Salinas, también pertenecía a la empresa S.A. CROS.
Un ingeniero de esta empresa, muy serio, pero muy buena persona, cuyo nombre no citaré, era el encargado de llevarse las muestras y traer los resultados de las analíticas, que comentábamos cada semana en el comedor de las salinas, el propio ingeniero, el geólogo Carlos Loaso, Joan y yo. Esa semana estábamos comentando los resultados de las muestras obtenidas a una profundidad de ciento veinte metros, que, según el geólogo, correspondían a la época de la glaciación de Würm.
En eso el ingeniero nos dijo:
– “En el sedimento, entre otras cosas, hemos encontrado restos de D.D.T.” (molécula que fue sintetizada por el científico austríaco Othmar Zeidler en Viena el año 1.874)
Joan se le quedó mirando fijamente, con sus ojos penetrantes, y con una media sonrisa le contestó rápidamente:
– “Hombre, claro deben ser del collar antipulgas del Mamouth”
Todos estallamos a reír a carcajadas, menos el ingeniero, al que la cosa no le hizo ninguna gracia. Arrugó la nariz, le tembló un poco la barbilla y se quedó muy serio, aunque con el paso de los años, se acabó riendo también, cada vez que rememorábamos este episodio.
Finalmente el agua de los pozos, aunque mantenía una temperatura constante de unos dieciocho grados centígrados todo el año, no nos dio la calidad química adecuada para emplearla directamente en los cultivos, pero sí que sirvió, para alegría y lucimiento del ingeniero de las Salinas, para utilizarla como circuito primario de un intercambiador de calor, él primero que hubo en el Delta, de una aleación llamada “Hastelloy C”*[i] Resistente al agua de mar, que nos permitió adecuar la temperatura de nuestra “nursery “ de lubinas y doradas.

Patrici Bultó es una leyenda de la acuicultura que lleva 30 años como director técnico de l’Aquàrium de Barcelona. Ha nadado entre tiburones, aunque en sus inicios tuvo que hacerlo entre otros peces y elementos menos agradecidos. Hoy nos presenta una faceta desconocida suya, la de relator de historias que tienen que ven con la época en que la glaciación de Würm todavía no había tocado a la acuicultura, aunque sí a algunas de sus circunstancias.
[i] Actualmente los intercambiadores de calor para agua de mar son de placas de titanio, que aguantan perfectamente, sin oxidarse, pero en aquella época, en los albores de la acuicultura en Cataluña, aún no existían, y el “Hastelloy C” era una aleación que también aguantaba muy bien la corrosión del agua de mar.