El mejor amigo de Serafín

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Dejó caer con suavidad la pierna izquierda sobre el bordillo. El pie se encajó en el hueco exacto que apenas unos segundos antes había sido dejado por su mano izquierda, que ahora se alzaba quedando suspendida en el aire, etérea, unos centímetros más adelante. Se quedó clavado, inmóvil, sin un solo músculo relajado, era pura tensión, el nivel de adrenalina disparado, la piel erizada. Pasaron unos segundos y la mano izquierda se apoyó sobre el suelo mientras la pierna derecha se levantaba lentamente, suavemente.

El espectáculo ante sus ojos adaptados a la penumbra era tentador, casi no podía contenerse. Su instinto le pedía a gritos lanzarse al agua y atrapar alguna de las apetitosas doradas que nadaban como locas en el tanque. Percibía que su presencia las alteraba y este hecho provocaba que nadasen muy rápido, frenéticas, con un punto de peligrosidad que las hacía inalcanzables, además, eran demasiado grandes para su tamaño. Esta situación se venía repitiendo noche tras noche durante las últimas dos semanas.

Esa noche iba a ser diferente.

Nada más llegar y cambiarse, sin apenas decir buenos días a sus compañeros, Ramón fue directo al tanque de reproductores, sabía que algo pasaba con este lote y estaba francamente preocupado. Apenas hacía un mes que había empezado su período de puestas y estaban comportándose de maravilla, sin problemas, hasta que de repente habían dejado de poner, hacía ahora ocho días. No dio crédito a lo que vio al abrir la puerta, todos los peces estaban muertos. Atónito miró a un lado y a otro como esperando encontrar una respuesta, pero estaba solo. Se oía el dulce caer del agua en la superficie, monótona y tranquila. Había un silencio extraño, era el silencio de la muerte. La sonda marcaba 100% de saturación en la pantalla del controlador. Ni siquiera había pasado el tiempo suficiente como para que la alarma sonase.

Todo era muy reciente.

Estalló la revolución. Llamadas, un par de gritos, carreras arriba y abajo, aglomeración de personas, reuniones de urgencia, revisiones, análisis de los registros, documentación para el seguro, trastornos y más trastornos, pero lo peor era el efecto en la producción y el daño irreparable de un stock que había costado más de cinco años tenerlo operativo.

Pasadas las primeras horas, hechas las fotografías de rigor y recogidas todas las muestras necesarias, como marcaba el protocolo, tocaba el vaciado del tanque, la recogida de los peces muertos y un adecuado almacenamiento que posibilitase posteriores análisis o atender a las solicitudes del seguro, si fuera el caso.

Una vez acomodadas adecuadamente en cajas con hielo en la cámara de frío, Ramón, volvió a ocuparse del tanque y decidió que lo mejor era empezar a limpiar por la parte de atrás del estanque, la más complicada y por tanto la que más trabajo tenía. Por allí pasaban las tuberías y estaban las válvulas de entrada de agua, era una zona estrecha y complicada. Avanzó con cautela para no tropezar y evitar hacerse daño.

Miró al suelo, algo le llamó la atención.

Había una dorada muerta, medio escondida entre la parte posterior de las tuberías y la pared y… estaba a medio comer. Sangraba todavía. Observó que le faltaban los ojos y una buena parte de la zona ventral. No quedaban apenas vísceras. Inmediatamente dio la alarma. Al poco el EIR con su EEI (¿se acuerdan de Portugal?) estaba en el lugar examinando los detalles.

Las primeras evidencias apuntaban a que algo extraño había sucedido, era más que evidente (era de cajón), y que posiblemente tenía que ver con agentes externos. ¡Hurra, qué equipazo! Hummm. El caso daba un giro completo y volvía a estar dónde empezó.

Se descartó, por razones obvias, que el móvil fuese el robo y que los causantes fuesen organismos de dos patas. No hubo que hacer un gran esfuerzo en llegar a esa conclusión, sobre todo por la cantidad de pelos que, alrededor de la dorada muerta, había.

A no ser que hubiera humanos hibridados con determinados organismos causantes de tales tipos de pelos todo apuntaba a que no parecían del género homo. El asunto era realmente complejo y las evidencias que teníamos, es decir pocas, indicaban que la solución no iba a ser fácil. Tal vez el equipo requeriría de algunos expertos auxiliares.

Recogimos el cuerpo del delito, vamos el cuerpo inerte de la dorada. La mejor de las definiciones aplicables en ese momento al pez era la de pescado, pescado muerto, y ya se sabe cómo huele.

Evidentemente el asunto olía mal.

Con el cuerpo del delito presente en forma de pescado fuimos directos al laboratorio. Lo primero que hicimos fue recoger cuidadosamente los pelos que había alrededor de la zona ventral y colocarlos bajo la lupa binocular. Todo y que nuestro EIR disponía de unas considerables capacidades que incluso podría decirse que iban más allá de lo extrasensorial, resultaba evidente que no había, entre nosotros, ningún experto en análisis comparativo de pelos y vellosidades.

Ya, pero como tontos no éramos, cogimos una muestra significativa de pelo de los presentes, de ambos sexos, ya que, aunque hemos dicho que no parecían de nuestro género, tampoco es que lo tuviésemos muy claro. Bajo la lupa y ante la comparación tan extensa de material recolectado llegamos a la conclusión que aquello no era humano, no de una persona humana, vamos que no era de una persona. Humana, no.

El primero en hablar fue Treto. Había visto aquel pelaje y dijo estar convencido que aquellos pelos pertenecían a una nutria. Ángel inmediatamente recordó un suceso similar. Dijo que años atrás se habían producido un par de casos parecidos.

Varias nutrias habían conseguido entrar en la instalación por la parte de atrás, la que daba casi al lado de la entrada de los tanques en los que ahora se había producido el suceso. De pronto calló, puso cara de pensar con dificultad y tras unos segundos dijo que realmente no recordaba muy bien si había sido una nutria o…

¿Nutria? Ramón, que se acordaba perfectamente de aquel suceso, dijo, no hombre, ¿no te acuerdas que sellamos todas las entradas? Lo hizo Tou, ¿eh, Tou? Acordaros que discutimos bastante tiempo sobre ello, pero como hacía más de cinco años que nadie había visto una nutria por los alrededores llegamos a la conclusión que lo más probable es que fuese una comadreja y esto apunta a que es lo mismo.

¿Comadreja? Pero si las comadrejas son pequeñas, muy pequeñas, dijo Inma, entrar sí que podría claro, pero mira los mordiscos. No, eso tiene que ser un bicho más grande, estoy convencida que es un tejón.

¿Tejón? Preguntó Pepe. Que yo recuerde y llevo cincuenta y cuatro años por aquí, de tejones nada. Los pelos que hemos recogido son grises oscuros, los del tejón son negro azabache, estos son duros pero finos y flexibles, los del tejón son púas. No me cabe ninguna duda, este es de visón.

¿Visón? Pero qué visón, ni qué visón. No digas tonterías. Se escaparon ocho mal contados de la granja del pueblo de al lado y al poco Treto ya los había liquidado todos, ¿te acuerdas? Preguntó Luís a Treto, que medio ruborizado afirmaba. Si queda alguno debe estar en el Zoo de Cantillana. Esto es de una rata como una casa.

¿Rata? Anda ya, dijo Teresa un tanto ofendida ya que era la responsable de calidad y del seguimiento del control de plagas. Imposible, bueno alguna puede haber, claro, pero pequeña y de campo. Desde que empezamos el programa de control de plagas no se ha vuelto a ver ni una. Es imposible, bueno imposible, imposible, no, pero… Además, son pelos largos y los de las ratas son cortos. No hay duda que estos pelos son de…

Era más que evidente que cada uno de los presentes iba a tener una opinión y casi con toda seguridad a cada nuevo que invitásemos al reconocimiento iba a proponer una nueva especie. El muestrario de dónde tirar era considerable y de seguir así cabía la posibilidad que acabásemos asignando aquellos pelos a algunas de las especies extinguidas durante el pleistoceno, que efectivamente se sabe que fue una época especialmente mala para la zona en la que nos encontrábamos, así lo acreditaban los restos encontrados en muchas de las cuevas prehistóricas que en los alrededores existen y que son de una fama considerable.

La discusión aumentaba en intensidad y las hipótesis más disparatadas se seguían una a otra. Para evitar que aquello acabase en un sin sentido, que ya prácticamente lo era, decidimos iniciar dos pesquisas. Un grupo iba a encargarse de revisar todos y cada uno de los recovecos de la planta para intentar encontrar el punto negro, el fatídico agujero por donde se había podido colar nuestro enigmático intruso. El otro grupo iba a ir a visitar el museo de la naturaleza de un pueblo cercano con una muestra de pelo y ver a qué posible pequeño mamífero se parecía más.

No hubo suerte, tampoco era esperable, distinguir unos pelos de otros, a simple vista, en un museo con animales disecados y con varias capas de barniz no era la mejor de las opciones, pero por intentarlo que no quedara. Por cierto, quedaron maravillados del museo, de hecho, no lo conocían y decidieron que ese fin de semana iban a ir con sus hijos y que lo recomendaban mucho.

Bueno pues, mira por donde, finalmente este suceso iba a servir de algo y hasta pudiera ser que contribuyese en el proceso de mejora de la cultura y en el impulso de la conciliación familiar, que después tan de moda se pondría. Además, al lado del museo resultó que había un restaurante que…

El grupo de los expertos seguidores de señales andaba metido entre los recovecos de la planta buscando indicios y evidencias, aunque tampoco fue posible encontrar una zona clara… más clara de los cerca de cincuenta agujeros que se censaron y por los que cualquier animal, más o menos pequeño, no pudiera entrar. Más bien al contrario, aquello era un coladero. ¡Este Tou!

Esto tampoco iba a ayudarnos mucho.

Mientras, el resto, bueno algunos, quiero decir dos, nos habíamos quedado examinando con detalle al pez muerto por si encontrábamos algún nuevo indicio. Viendo que no había nada que extraer decidimos ir a dar un nuevo vistazo alrededor de la zona de autos dotados con una buena linterna, parte de nuestro EEI y una gran dosis de paciencia. Al llegar a la zona de acceso colindante a la piscina algo nos llamó la atención.

Un reguero de pelos podía verse a lo largo del suelo de la repisa de la pared trasera, estos pelos continuaban por la separación que dividía los tanques y aún vimos alguno más suelto justo al lado de la puerta trasera de entrada a la zona común. Era evidente que el criminal había entrado por el pasillo central de la planta y que había accedido a través de la puerta principal, sí, porque allí también encontramos un par de pelos.

Y todos eran iguales.

El grupo de investigación criminalista (GIC), como extensión del EIR y constituido ad hoc para la ocasión, montó una reunión de urgencia. Los hechos mostraban algo que nos dejaba atónitos y desconcertados.

Fuese lo que fuese estaba entrando por la puerta principal, se paseaba por el pasillo central, tranquilamente avanzaba hasta la puerta trasera de acceso a la zona de reproductores, se colaba por debajo, caminaba por el pasillo de distribución de las tuberías, pasaba dos cortinas, llegaba al tanque de los reproductores, se subía a la repisa de la pared trasera y… ¿cómo había matado a todas las doradas? ¿Cómo había conseguido sacar una del estanque? ¿Qué diablos era aquel bicho que nos tenía locos?

¿Por qué no llenamos todo el camino de arena y así vemos por dónde pasa realmente y además tendremos sus pisadas? Nos volvimos todos y miramos a quién desde atrás nos observaba. Era Serafín. Genial. Qué idea más soberbia. Magnífico. Manos a la obra.

Dedicamos la tarde a rellenar, con arena fina de playa, el camino que iba desde la puerta de acceso principal hasta la zona de reproductores y continuamos hasta el último de los tanques porque teníamos sospechas, más que fundadas, de que algo similar pudiera llegar a pasar en los lotes colindantes ya que apenas si los separaba una cortina.

Para que la arena compactara la humedecimos con un aplicador de agua en espray con algo de jabón y fuimos poco a poco prensándola para que quedase como una autopista recién asfaltada. La verdad es que quedó bonito.

Todo el esfuerzo tuvo su recompensa al día siguiente. Aquello se parecía al descubrimiento de las pisadas de Laetoli, sólo que no eran de australopitecos y que no eran unas pocas. Había unas cuantas decenas y trazaban un camino de ida y vuelta perfecto. Ni un solo grano de arena derramado, nada de dobles pisadas y con el aspecto de una delicadeza absoluta. Este animal sabía lo que se hacía y conocía perfectamente el camino, de hecho, parecía estar andando por su casa. Desde luego que no era la primera vez.

Ante la sorpresa lo primero que hicimos fue tomar fotos de todo. Documentar con detalle lo que podíamos y sacar un par de moldes de las pisadas. Estos moldes nos sirvieron para poder comparar las huellas y tras su análisis llegamos a la conclusión, inequívoca, que pertenecían a un gato. ¡Gato!, pero si en la planta no hay ningún gato, esto sería como poner el zorro a cuidar a las gallinas.

Serafín tiene un gato, dijo Dani.

Serafín tenía un gato que un día tuvo la mala suerte de tropezarse de madrugada y cuando andaba de camino a su sitio preferido, con el cañón de la escopeta de Pedro Treto apuntándole. En paz descanse con los visones.

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