El síndrome del puto calamar

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Ilustración: Susón Aguilera

Despuntaba
el alba a doscientas millas de la costa argentina muy cerca de las Islas
Malvinas y justo en el límite de su zona de exclusión económica. En ese mismo
instante y bajo una luz intensa y cegadora, unas trescientas embarcaciones
“poteras” se encuentran a la espera de lanzar sus artes de pesca. Miles de
líneas cargadas con centenares de anzuelos, dispuestos ordenadamente, para la
captura de una gran parte de las casi cincuenta mil toneladas de calamar que
esperan coger en esta campaña.

Es tan
intensa la luz que desprende esta congregación de barcos que, ese punto
concreto del océano, se puede distinguir perfectamente desde el satélite que la
NASA tiene rondando por la zona. Las malas lenguas dicen que está operativo
desde lo de la guerra con Inglaterra, allá por el ochenta y dos. Aunque cada
año es lo mismo, llegado el momento, vuelven a enfocar la zona, como si no se
fiasen.

Esta actividad pesquera es de una importancia vital para la comunidad local ya
que proporciona unos de los mayores beneficios económicos, sino el que más, de
toda la temporada.

El calamar
tiene muy buen precio y el mercado mundial no se sacia, de hecho, demanda cada
vez más, lo que hace que la presión sobre su pesquería aumente y aumente. La
mayoría de las toneladas que se capturan se ultracongelan directamente en alta
mar y pasan, de forma inmediata, a los barcos congeladores industriales, de ahí
a los distribuidores frigoríficos y a los pocos días, a los mercados de medio
mundo.

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