
Durante dos días estuve acompañado por la venganza de Moctezuma. Mi organismo luchó a brazo partido y acabó ganando. Al tercer día resucité de entre los muertos.
«¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6)[1]
Más o menos como Lucas describe la ausencia de Cristo en su sepulcro debieron quedarse mis compañeros al ir a buscarme al hotel y encontrarme desayunando un plato de birria bien condimentado con chile rojo de árbol, su cebollita picada, cilantro espolvoreado y acompañado de las preceptivas tortillas de maíz. Un agua de sabor de tamarindo para pasarlo bien y un café de olla para que todo quedase bien apelmazado. Pedí un poco de canela que siempre me ha gustado acabar bien las cosas.
Era menester ponerse al día de las desgracias ocurridas y pedí que me contasen cómo iban las cosas. Esperando lo peor me encontré con una narración de hechos que, de no ser milagrosa, me parecería una fantasía propia de alguien que recurre a estupefacientes ilegales.
La fortuna nos había agraciado con un maravilloso desove al día siguiente que, en cantidad y calidad, superaba con amplitud al que se había perdido por el maldito fallo en el mecanismo de seguridad de la pinza mexicana. ¿Qué mecanismo? Pregunté degustando unos sorbos del café, que ahorita compartíamos entre todos, y la birria y más tortillas que se pidieron, que según me dijeron venían poco desayunados.
Explotaron en una risotada. ¡Este gachupín no aprende! Nada, todo a la orden. Ya hemos reforzado el sistema. Aguanta vara. Ya ni la amuela el compadre.
¡Quieto paraos! Dije dándomelas de conocedor de léxico complejo. Que no os entiendo ni palabra.
¡No manches! Con el tiempo aprendí a distinguir y esta expresión sí que fue indicativa de su elevada cultura. Que todo está bajo control. Hasta los rotoplas de los rotíferos llenos, teníamos más en la otra nave y ha sido fácil recuperarlos. ¡Híjole! Si hasta el agujero que hizo el agua nos fue bien para apuntalar los siguientes, que han quedado chingones.
Quedé impresionado por la capacidad de trabajo que habían tenido en los dos días en los que mi mundo fueron una cama y un retrete. Por lo que, una vez acabadas las vituallas, que hasta la dueña de la tienda de abarrotes de enfrente echó el cierre al ver como una jauría de hambrientos no paraba de cucharear, levantamos el sitio y nos dirigimos hacia el laboratorio. Me tocó hacerme cargo de los gastos, faltaría más.
Llegamos a medio día tirando a tarde, tarde. Por el camino hubo que hacer algunos recados, bueno al final fueron muchos, y pasar a recoger a dos de nuestros compañeros. Una no se encontraba en el punto establecido de a diario y nos desviamos un poco para ir hasta el pueblo cercano donde vivía. Desesperada por tanto esperar y viendo que nadie llegaba decidió volver a casa y hacer faena productiva mientras esperaba, o no, a que aparecieran sus compañeros, o no. No debía ser la primera vez. Le tocaba quedarse de guardia y sabía que al final, de una forma u otra, en un momento u otro, acabarían yendo a buscarla.

Tampoco ayudó el hecho que había estado lloviendo torrencialmente los días anteriores y el camino de tierra que conducía al laboratorio era un barrizal lleno de escorrentías y socavones que hacía que nos tuviésemos que bajar de la caja de la ranchera dónde íbamos “cómodamente” instalados. Al final acabamos haciendo más trayecto andando que motorizados. Pasado lo peor de nuevo a la caja y aprovechamos que la yelera estaba repleta de chelas para tomar una. Que, con el calor, la humedad y el esfuerzo de caminar saltando regatos ya ni nos acordábamos de lo ingerido.
Al bajar de la ranchera un tenue rayo de sol se ocultaba más allá de la zona del estero y un amenazador zumbido empezaba a incrementar sus decibelios. Zumbando entramos en las oficinas, creo que yo batí el récord histórico, desposeyendo de él a un güerito de Mazatlán que según me dijeron casi se muere de las picaduras un par de años atrás.
El día ya no dio más de sí. Sin embargo, en el ambiente brotaba un aire de triunfo y el día de mañana apuntaba a algo grande.
¡Ándale! Dijo alguien y decidimos que mejor ir a cenar, que el día había sido muy largo.
[1] https://www.ewtn.com/es/catolicismo/biblioteca/parrafo-2-al-tercer-dia-resucito-de-entre-los-muertos-15364