Informes procrastinados

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Ilustración: Blanca Botey cartografía HA’s

¡Cada final de mes, la misma historia! No posible librarse de la elaboración del informe mensual para el Consejo. ¡El Informe! Una amalgama de datos técnicos, biológicos y económicos que deben, de forma estructurada y concisa, reportar de los avances y del estado de situación. ¡El puto informe!

 Aunque este documento tiene una finalidad clara, que no es otra que dar a conocer los avances de la actividad productiva y su grado de cumplimiento, no siempre se hace grato y suele representar pasar un mal rato. Sobre todo cuando, mes tras mes tras mes, de lo único que se puede informar es del grado de incumplimiento. ¡El puto informe de los cojones!

Dicen que la redacción de contenidos, entre los que los informes a la dirección también se encuentran, debe ser correcta y sin incoherencias. Que deben evitarse los mensajes telegráficos, principalmente porque suelen resultar incomprensibles en la mayoría de las ocasiones. Que debe esperarse que contengan aquello que se espera que contenga. Que mejor no decir más de lo que se espera y a poder ser economizar la verdad. Que si las frases vienen con su sujeto, verbo y complementos, es bastante probable que consigas dotarlas de sentido, y por tanto de coherencia.

Pero, ¿Cómo dotar de coherencia el sinsentido del caos productivo? ¿Cómo se consigue explicar que la producción está muy por debajo de lo previsto y que no hay atisbo de mejora? ¿Cómo es posible defender que, los motivos por los cuales sucede, son totalmente ajemos a la excelsa planificación, fruto de varios meses de trabajo el año anterior? ¿Cómo que no hay planificación? ¿Quién coño ha dicho eso? ¿Cómo podemos sobrevivir a este estado de ansiedad?

Mal, muy mal. Con mucho estrés. Con sensación de fracaso continuada. Con la percepción de ser un inútil. Con la seguridad de que tu puesto de trabajo cuelga de un hilo. Y el de muchos que dependen de tu quehacer. Con la certeza de que no llegarás a la primera semana del mes siguiente. Que es cuando toca hacer revisión de los parámetros productivos, compararlos con el presupuesto y ver el color rojo sangre de los números acusadores. ¿Por qué la visita del especialista del otro día? ¿No estarán pensando que…? Seguro. Soy carne de cañón.

Dicen que un buen informe debe contener información interesante, relevante y que debe ser capaz de llamar la atención. Que debe ser breve pero conciso. Que debe ser motivador pero realista. Que debe ser expositivo, tal vez interpretativo o puede que incluso demostrativo, dependiendo de lo esperado, y que conjugar los tres a un tiempo denota una gran capacidad pero escasez de concreción. Es decir, que estás cerca de cagarla.

Tal vez todo sea cierto, tal vez funcione en los informes con contenidos científicos o de divulgación, tal vez. Pero… no funciona cuando de lo que se trata es de relacionarlo con los resultados económicos de las empresas acuícolas. Las fases habituales como son la fijación de un objetivo, la selección de la información, su análisis detallado, la evaluación y la verificación, la definición de la estructura del informe y finalmente, proceder a trabajarlo con detalle y cariño, se van a tomar por el culo cuando te encuentras con “setenta y dos parámetros productivos claves que se recogen sistemáticamente” y que en mala hora se nos ocurrieron.

La mayoría de los parámetros se recogen con frecuencia horaria, muchos son diarios, pocos semanales y tan sólo alguno tiene carácter mensual. Parámetros abrumadores. Mayoritariamente tormentosos, frecuentemente dolorosos, muy a menudo hirientes y alguno mortal. Indicadores cruentos del devenir impotente. Claros indicadores del fracaso.

El momento más trágico se produce cuando, seleccionada la información, debes prepararte para su análisis detallado. Nunca quieres que llegue. Se intenta posponer hasta que llega un momento en el que es imposible alargarlo más, y que coincide con el primer lunes efectivo de cada mes. ¡Maldito calendario! Finalmente llega y se deben presentar los resultados.

Día negro en el que debe explicarse por qué, otra vez, no se observan los avances esperados. Día aciago en el que es necesario pasar de elaboradas justificaciones, que por habituales pasan a ser obvias, para hablar de espíritus conspiradores, de sucesos imposibles que se manifiestan realidad, de íncubos que florecen de lo más yermo, de misteriosas estructuras etéreas que se han confabulado, de proyecciones plasmáticas antinaturales y… de esa nueva bacteria no identificada que tanto, tanto daño nos hace. ¡Que menos mal que existe!

Hasta que alguien dice “ya basta, al grano”  y no queda más remedio que mejor aceptar la realidad y hacer un uso, humilde y generalizado, de la estructura formal que tanto duele “no sé qué es lo que pasa”.  ¡Ahora verás tú la que nos cae!

Cada nuevo “no sé” era una derrota. Un fracaso en forma de tortura sicológica, de presión que sustrae el aliento, un desperdicio de palabras sin sentido, un ponzoñoso y envenenado caldo de difícil digestión que nos aboca al fin de un ciclo. El nuestro como directores del equipo de producción.

Con un estado mental rayano en la depresión profunda, catatónico efecto del devenir del calendario, con la moral a la altura de la suela de las botas de agua, nos enfrentamos a la realidad. Estábamos a finales del mes de junio. No era posible posponer más el acto de la evaluación de las existencias. Lápiz en mano, estadillo de existencias, linterna colgada al cuello y pipeta de diez mililitros con punta serrada y roma en el bolsillo de la bata. Eran las herramientas necesarias para realizar el recuento en los tanques de larvas.

Sin embargo, algo cambió ese viernes, último día del mes de junio, en el que no era posible procrastinar más.

El proceso de recuento de existencias empezó por los tanques de larvas de menor edad. Aquellos en los que la sombría naturaleza de la muerte no ha dejado sentir el helador frío herrumbroso de su guadaña. Aquellos en los que un enjambre millonario de larvas nada entre un acomodaticio manto verdoso de fitoplancton. Aquellos que todavía tienen esperanza.

Algo extraño sucede. Llamada a los técnicos de larvas, dos para ser exactos. Una leve indicación de cejas indicando que miren el tanque. Pasan diez segundos. Caras de asombro tras el primer vistazo. Efectivamente algo sucede.

Mano a la linterna. Limpieza del cristal protector de la lámpara y tratando de evitar el temblor que la emoción provoca, forzamos el enfoque. Aparece la masa verdosa. Brilla extraordinariamente. Nos obligamos con un parpadeo de ojos. Otro, hace falta.  Apagamos  y encendemos de forma repetida la linterna. No fuera que las sombras de la semipenunbra jugasen una mala pasada. ¡Cojones!

¡La de dios! ¡Sí que hay larvas! ¡Anda la ostia! Muchas, pero que muchas larvas.

Muchas más de las habituales. Tantas que lo primero que se conforma en la mente, efecto del reflejo negativo tan habitual, es que algún capullo se ha equivocado, y que ha echado un nuevo lote de larvas recién nacidas en un tanque ya perdido.

Miramos el registro con calma y sosiego. Mentira, el corazón está desbocado. Todo normal. Edad, diez días. Lote único. Sin margen de error. ¡Extraordinario!

Siguiente tanque. Igual. Excelente. Exactamente lo mismo que los restantes diez que conformaban el lote quincenal.

Emocionados decidimos iniciar la revisión del lote de larvas de mayor edad. Son de principio de mes, tienen por tanto un mes de vida, y son el principio del fin. Del fin de las alegrías de los meses pasados, ya que más del ochenta por ciento de los tanques acabaron perdiéndose. Pero ahora estamos ante el fin de las desgracias. La supervivencia es, igualmente, magnífica. Sorprendentemente alta, incluso mayor que en las mejores ocasiones, mejor que cuando rompimos todos los récords productivos. Lo más sorprendente es la vitalidad que observamos. No parecen nuestras larvas. No parece nuestro centro de producción. No parece que seamos nosotros los que estamos allí mirando embobados. No lo parece, pero lo es.

A la emoción anterior se le suma la expectación de qué es lo siguiente que vamos a encontrar. Y lo que vemos nos asombra aún más. No se han producido bajas significativas en los lotes de dos meses de edad. Las larvas próximas al destete son tantas que se ha hecho necesario doblar turnos para producir más alimento vivo. La demanda de oxígeno se ha incrementado de tal manera que no damos abasto llamando al distribuidor para que venga a rellenar el tanque criogénico. Hasta le preguntamos si tiene otro en reserva, que igual lo necesitamos. Oímos una risa al otro lado del teléfono, llevábamos casi seis meses sin hacer un pedido. Lo mismo con el fabricante de alimento, que dice que mejor se lo pidamos a la competencia que no tienen más existencias, que seguramente no será tan bueno, pero que para una emergencia ya vale. ¿Qué vale para una emergencia? Hum, debemos considerarlo. Desconcierto con el proveedor de levadura que nos informa que va a dejar sin pan a más de veinte municipios. ¡Que se jodan! Lo dice él, no nosotros. Seguramente estamos pagando un precio muy superior. Tomamos nota. Igual con el distribuidor de productos de limpieza, nos amenaza que la crisis sanitaria de la región va a ser un problema grave, y que él no piensa responsabilizarse del incremento de infecciones hospitalarias. Los del gas-oil no se lo creen, la mitad de los coches de la comunidad ya hacen cola en las gasolineras de hasta cincuenta quilómetros a la redonda. Algunos dicen que han tenido que ir a Portugal. Ya será menos. Nunca se han vendidos tantos cafés. Las máquinas expendedoras se parecen más a las de juegos, porque como no les caben más monedas escupen más cambio de lo que entra.

Las máquinas de clasificación y conteo de alevines no pueden dar más de sí. Funcionan veinticuatro horas al día. ¡Qué digo veinticuatro, treinta y seis! Hay que llamar de urgencia a los varios transportistas para que nos alivien de existencias. Salen cuatro camiones con medio millón de peces por día. Y no se nota. El veterinario llora desconsolado en un rincón, acurrucado, diciendo que ya no puede más, que le duelen los ojos de revisar documentos. Que él quiere volver a estar como antes y no dar un palo al agua. Vamos a explotar. No podemos más. Estamos que nos salimos. ¿Quién dice que no sabemos producir? ¿Quién pone en entredicho nuestra capacidad técnica? ¿Y nuestras dotes de mando? ¿Quién duda de la necesidad de recoger tantos datos día tras día tras día? ¿Que qué parámetros hacen falta hoy? A tomar por el culo todo.

Traepacá que vas a ver tú que informe vamos a hacer este mes.

La ilustradora: Blanca Botey cartografía Acuitopía

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Blanca Botey

¿Yo? ¿En un blog de acuicultura? Aunque de formación soy zoóloga mis conocimientos de acuicultura son, lamentablemente, nulos. Profesionalmente soy cartógrafa, especialista en geoinformación y sistemas de información cartográfica (GIS). Este ámbito de trabajo es muy amplio, y como consultora de GIS trabajo en gran variedad de proyectos, estudios de impacto, estudios de paisaje, estudios de adaptación al cambio climático, GIS aplicado a estudios de combustibilidad e inflamabilidad, calidad acústica, inundabilidad, optimización de procesos… Tengo debilidad por los proyectos donde se cruzan las dos ramas de mi formación (la zoología y la cartografía), en ellos es donde puedo sacar mi perfil de cartobióloga y realizar proyectos como IASTracker (iniciado el 2015 junto con mis colegas de IC5Team), una plataforma de participación ciudadana para la localización de especies exóticas invasoras (http://iastracker.ic5team.org/).

Desde pequeña me ha gustado hacer garabatos y con ello sigo. Tengo debilidad por los cómics, ¡me gustan todos! Bueno, casi todos, ya no me caben más. La idea de colaborar en Historias acuícolas me ha entusiasmado desde el principio, es la manera ideal de combinar mis distintas aficiones.

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