20 grandes éxitos patológicos

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Ilustración: El bichoquevinodelpasado Susón Aguilera

En septiembre de 1981 Volkswagen lanzó al
mercado su modelo Polo “Oxford”. Lo equipó con motores 1.0 que desplegaban unos
extraordinarios 40 caballos capaces de hacer volar a este vehículo hasta los
135 km/h, un suicidio. Pero no importaba en demasía ya que fue una serie
especial que, en cierta manera, rememoraba lo que podría ser un coche funerario
para gente de talla media tirando a pequeña, vamos compacta. Por lo que venía
preparado para cumplir la función adicional caso que el evento anteriormente
referido, es decir la insensatez de probar si efectivamente el velocímetro
llegaba a los 135 km, se diera y el fatal desenlace se produjera. Claro, caso
que el coche quedase en condiciones adecuadas para el transporte digno de las
exequias.

Disponía de un equipamiento de verdadero lujo.
Asientos anatómicos (eso decían en la publicidad, aunque imagino que hacían
referencia al muerto que se podía llevar detrás sin problemas, si los asientos
hubiesen sido totalmente reclinables) recubiertos de una elegante tela
“Príncipe de Gales”.

En su maravilloso interior destacaba un
cuentakilómetros parcial que fue pionero, sistema de encendido de cigarrillos
(un mechero convencional, vamos), reloj de cuarzo (qué pasada) y ah, eso sí que
era equipamiento, un radiocasete Pioneer que hacía que la música sonase
celestial a través de los dos altavoces delanteros, tal vez un tanto ronca y
disonante, tal vez, pero ¿acaso se necesitaba algo más?

Posiblemente un sistema de gestión de CO2 y
NOx pero, ¿quién en esos momentos pensaba en el efecto invernadero, o en la
posibilidad de que la capa de O3 quedase mermada por unos imberbes recién
contratados en Wolfsburg, que se pusieron a las órdenes directas del Director
General de la compañía para diseñar un software revolucionario para que los
coches de la marca fueran los más contaminantes? Sucedió que lo hicieron tan
rematadamente bien que nadie se enteró. Tampoco se habían enterado ellos, lo
que tiene el estar desconectado de la realidad, que existían leyes al respecto
y que había que cumplirlas. Lo curioso del tema es que tampoco se enterase la
DG. Dejémoslo aquí.

En esta maravilla tecnológica, porque independientemente
de lo anterior es cierto que lo era, pasamos más de diez horas con destino Vigo
para asistir a las “I Jornadas de Investigación en Patología en Acuicultura en
España”.

Conformábamos la comitiva el emérito y otrora
mencionado en diversas historias Dr. P.A. Dros y un servidor. Nada más encontrarnos
sacamos un cargamento de cuatro cassettes.
Que a la sazón, y para que los lectores jóvenes sepan de qué estamos hablando,
explicaremos. El cassette compacto, cassette, casset, casete, cinta casete o solamente
cinta, que fue como mayoritariamente se recuerda, es un formato de grabación de
sonido y de uso regular en los primeros modelos de computación para el
almacenaje de datos ¡ah, qué tiempos! que fueron la delicia de cuantos
guateques se montaban en esos años, ya que su portabilidad hacía que fuese
factible, si se disponía de un radiocasete, montar unos fiestazos geniales
gracias a la estereofonía que acompañaba a aquella cinta magnética encajada en
una cajita plástica, de ahí lo de casete o cinta. Pero sin duda alguna, si de
algo nos servíamos de estos casetes era para el sin número de grabaciones
caseras que hacíamos de todo lo que existiera en sus dos caras, la A y la B.

Los cuatro casetes de doble duración y con
formulación de dióxido de cromo (CrO2) contenían una selección de las mejores
canciones pop jamás escritas, claro está todas de los años 80. No es que ahora
no se haga buena música, en absoluto, pero es que los compositores letristas no
están tan bien formados y dejan mucho que desear. El hecho de que en esa época
rondáramos los 15 y la testosterona se hallase en unos niveles crecientes, pero
no finales, hacía que la percepción que teníamos de la música que escuchaban
los mayores fuese sensorialmente extralimitada y que elevásemos a los altares
de la genialidad a cuantos por entonces empezaban una carrera, o ya la tenían
empezada, musical.

Estas diez horas pasaron volando al ritmo de
las canciones de los 80. Grandes éxitos que sonaban sin parar en los cuatro
casetes de CrO2 en el Pioneer del Polo.

Las I Jornadas de Patología en Acuicultura
surgieron con la idea de potenciar el flujo de información existente entre el
sector investigador, personal técnico de las diversas administraciones central
y autonómica y provincial y local y de cada uno de los ayuntamientos y
pedanías, productores, fabricantes de pienso y distribuidores de casetes. Ah,
el objetivo era el de ayudar al “deseable desarrollo de esta actividad”, la
acuicultura, “como una posibilidad factible de aumentar el grado de
abastecimiento de pescado”. Esta debería haber sido la letra de una de las
canciones de los 80, pero lo cierto es que no.

85 almas nos encontramos cobijadas en los
salones de la Fundación del Banco Galego do Aforro. Una presentación
institucional, seria, acorde con la importancia del evento y de lo que allí se
iba a presentar y debatir nos fue regalada en un acto de bienvenida por el
director de las Jornadas, un reputado  científico
que se vino arriba en cuanto cogió el micrófono.


[1]Buenas noches
bienvenidos

hijos del rock’n’roll

los saludan los aliados de la noche.

Bienvenidos al concierto

gracias por estar aquí

nuestro impulso nos hará seres eléctricos.


No empezaba nada mal y ciertamente prometía. Ya
se sabe lo profundo que son los discursos de apertura de actos señalados. Acabado
el alegato pasamos a la sala contigua donde un refrigerio nos esperaba. En un
acto social de esta naturaleza lo normal es que te encuentres con muchas
personas con las que tienes cierta amistad y habitualmente trabajas, o
desprecias, o ambas cosas, pero que no ves con la frecuencia deseada, o sí. Es
el momento para ponerse al día de lo que ha deparado la vida desde la última
vez que se dio la afortunada, o no, coincidencia.


[2]Pero bueno ¿tú
que tal? Di

Yo la verdad como siempre,

sigo currando en lo mismo.

Pues es que estaba aquí solo,

me he puesto a recordar.

Hoy no queda casi nadie de los de antes,

y los que hay, han cambiado, han cambiado, sí.


La noche era joven y se prometía divertida
pero el viaje había hecho mella en la capacidad de aguante y al día siguiente
estaba previsto empezar bastante temprano. Decidimos, allá por la quinta o
sexta copa y cuando apenas si eran las cuatro de la madrugada que mejor retirarse
y dejar que un sueño placentero ayudara a reparar lo que ya se hacía
irreparable. Todavía saliendo de la sala acertamos a escuchar a un par de
tortolitos, por cierto bastante conocidos entre los que se dedicaban al estudio
de los parásitos branquiales, intercambiar un par de frases profundas a las que
no pusimos maldad ni segundas intenciones, posiblemente estuviera relacionado
con las ganas de concretar las ponencias del día siguiente:


[3]¿Qué hace una
chica como tú

en un sitio como este?

¿Qué clase de aventura

has venido a buscar?

Los años te delatan, nena,

estás fuera de sitio.


No quisimos esperar a ver qué deparaba aquella
interesantísima conversación, aunque tal vez no fuera del efecto deseado, lo
decimos por la desafortunada mención a la edad. Y así nos acurrucamos hasta el
día siguiente. No fue fácil ponerse en pie con apenas tres horas mal dormidas,
pero una ducha hace milagros. A trompicones llegamos hasta la sala del desayuno
del hotel. Las caras delataban excesos imposibles de explicar con un par de
palabras. La cola en el café indicaba que la primera de las sesiones iba ser
complicada, muy complicada. Sobre todo si como se presumía ni el ponente iba a
poder llegar a la hora prevista. Lo cierto es que, y aunque no lo parezca, en
estos eventos se obra una especie de contracción temporal que todavía hoy ni es
capaz de explicarla la Teoría de la Relatividad General, pero, consecuencia o
no de los pulsos espacio-temporales, todo el mundo acaba llegando a tiempo y se
acomoda, como puede eso sí, respetuosamente en la sala a la espera del inicio
de la conferencia.

Así, de sopetón, sin tiempo para acomodarse
adecuadamente y de golpe, se oye a lo lejos el título de la ponencia:
“Patología del mejillón”, de un tal no sé quién de la Marteilia University.


[4]Aire, soñé por un momento que era aire

aire, oxigeno, nitrógeno y argón

sin forma definida ni color

fui aire volador.

Como
yo soy muy consciente hasta en esta situación

decidí ser consecuente con mi nueva dimensión”


Tras un desconcierto inicial, al que siguió un periodo incierto de sorpresa
por lo que allí se presentaba, posiblemente como consecuencia de que todavía la
mitad de los asistentes estaba en pleno intento de salir del proceso catatónico,
un carraspeo a mitad de la sala indicaba que existía la desagradable intención
de formular alguna pregunta. Empezábamos mal y acumulando retraso, que para el
café sólo faltaban dos horas. La persona que preguntaba era un antiguo
colaborador del equipo del que formaba parte la persona que del mejillón y sus
problemillas hablaba. La mitad de los allí presentes éramos conocedores que la
cesión de las relaciones no había sido muy amistosa,


[5]¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? 

yo que te hubiese querido hasta el fin 

sé que te arrenpentirás.


La respuesta de quien estaba en el
atril, con un aire contrariado y duro, no dejó lugar a ninguna duda, que ya se
sabe que los mejillones cuando se ponen…


No
me arrepiento

volvería
a hacerlo

son
los celos

No
me arrepiento

volvería
a hacerlo 

son los celos….No.


Menos mal que el moderador estuvo hábil y
viendo lo que se le venía encima consiguió dar por acabado, rápidamente, el
turno de palabras y con cintura de gimnasta profesional presentó a la siguiente
estrella invitada del acto y su trabajo, que por título tenía “Patología de la
almeja”.


[6]El primero fue un
buen año

y el segundo también

prosperaba día a día

crecía mes a mes.

Todo el mundo que pescaba

quería tener

las almejas que vendían

María y José.


El auditorio se vino abajo con una ovación sin
precedentes. Hacía años, qué años, lustros, que no se presentaba un trabajo tan
completo e integrador. La ponente, una recién doctorada por la Universidad de
Perkinsus, se vio abrumada y pareció hasta ruborizarse cuando su jefe, que
justo la acababa de contratar para incorporarse al equipo de investigadores de
la Universidad de Rickettsia, se levantó para hacer una merecida alabanza:


[7]Tienes talento y cultura, 

manos bonitas y estudias francés, 

cantas, actúas y pintas, 

escribes poemas, todo lo haces bien. 

Has nacido artista lo sé 

se te nota en la cara 

tienes mucho poder.


Al otro lado de la sala, pidió la palabra su
director de tesis, el de la Perkinsus, que veía como perdía una de las joyas
más preciadas, y es que las almejas siempre han tenido mucho tirón.


[8]No vine aquí para
hacer amigos 

pero sabes que siempre puedes contar conmigo. 

Dicen de mí que soy un tanto animal, 

pero en el fondo soy un sentimental.


No hubo un acto de confraternización, cierto, e incluso
se diría que un deje de ironía y mala baba destilaba en esas afirmaciones, pero
la sangre no llegó al mar, porque de allí eran la mayoría de las especies
mencionadas
. El Dr. P.A. Dros se me volvió y
me preguntó por lo bajo ¿no eran esos dos los de anoche?

Esto empezaba a ponerse interesante. Sobre todo
teniendo en cuenta que ahora le tocaba el turno a “l’enfant terrible” de la
potente Université du Bonamia, que iba a presentar los espectaculares
resultados, de los que todo el mundo hablaba, que se habían producido en la
“Patología de la ostra”. Se hizo un silencio sepulcral, se oía una mosca, se
olía a acontecimiento, había electricidad en el ambiente:


[9]Yo sé que me critican

me
consta que me odian

la
envidia les corroe

mi
vida les agobia.

¿a
quién le importa lo que yo haga?

¿a
quién le importa lo que yo diga?

yo
soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.


No hubo respuesta. Todo el mundo estuvo de acuerdo.
No defraudó aunque ciertamente se esperaba algo más. Era la hora del café.
Salida en desbanda.

 Al pasar
junto a un grupo de conferenciantes en el que el centro de atención era el
“enfant terrible” pudimos escuchar que éste comentaba a una mujer que se
encontraba un tanto alejada del centro de gravedad en el que él se contoneaba:


[10]No controles mi forma de vestir

porque
es total y a todo el mundo gusto.

No
controles mi forma de pensar

porque
es total y todos les encanta.


Los que conformaban el grupo se apartaron haciendo
hueco y dejando una fila despejada. Miraron sorprendidos a la mujer que se
atrevía a desafiar al “enfant terrible” y que altiva le contestó mientras de
daba la espalda ofendida:


[11]Déjame, ya no tiene sentido, 

es mejor que sigas tu camino, 

que yo el mío seguiré, 

por eso ahora déjame.


El Dr. P.A. Dros se me volvió y me preguntó por lo
bajo ¿no eran esos dos los de anoche? ¡Lo que da de sí una ostra!

Con estos entretenimientos la pausa del café pasó
volando. Ya nos estaban llamando a grito pelado desde la sala de conferencias.
La verdad es que en general la gente hacía poco caso, aunque un viejo profesor
dejó claro que estas oportunidades no podían perderse y que:


[12]No sabes el dilema que me crea

pasar
de todo y no decir ni mu,

para
eso estoy aquí, maldita sea,

plantando
cara como harías tú.


Volvimos con desgana al redil. Nos quedaban un par
de horas de conferencias. Tocaba el turno a las sin par espectaculares “Patologías
de peces”. No era cuestión de estarse a ver qué sucedía entre la parejita ya
que la primera de las ponencias corría a cargo de mi compañero de fatigas, así
que le agarré de un brazo y le empujé en dirección al profundo mar de las
epizootiologías, sólo que antes de llegar a ellas había que sortear la tierra
media donde moran los birnavirus  y
atravesar las arenas movedizas de los rhabdovirus, que son dos familias que se
llevan de muerte con los peces. El Dr. P. A. Dros entró a matar, fiel a su
estilo provocador:


[13]Un día cualquiera no sabes qué hora es, 

te acuestas a mi lado sin saber por qué. 

Las calles mojadas te han visto crecer 

y con tu corazón estás llorando otra vez. 

Demasiado tarde para comprender, 

chica, vete a tu casa, no podemos jugar.


Sin
tiempo siquiera para asimilar estas profundes reflexiones atacó Z. Arza con los
“Aspectos generales de la patología de peces” y el submundo de las enfermedades
parasitarias, fúngicas, bacterianas y víricas. Una aproximación multifactorial
olvidada pero que es causa de los mayores males de los acuicultores. No se escondió
y nos acercó a la frontera donde está el límite entre el bien y el mal:


[14]El límite del bien, el límite del bien.

El
límite del mal, el límite del mal.

Te
esperaré en el límite del bien y del mal. (BIS) 

Es
duro estar tan abatido

cuando
sientes ahora el dolor.


Evidentemente esta sesión no dejó a los asistentes
insensibles y de seguida se empezó a escuchar en la sala un run run y numerosas
manos se alzaron pidiendo intervenir. El joven de la derecha que trabajaba en
una de las principales plantas de engorde quiso preguntar pero no pudo evitar
que se le escapase una reflexión que posiblemente fuera un sentimiento general
compartido.


[15](…) a ver si aceptan la cartilla del
paro,

porque
si no lo tenemos que robar.

Dicen
que tienes veneno en la piel (…)


El viejo profesor, que antes se dejó llevar por la irresponsabilidad
de la duda, quiso intervenir para que aquello no acabase de la forma en la que
se estaba produciendo. Llevaba muchos años dedicados a la práctica de la
acuicultura y en su experiencia sabía que siempre existía una salida, de esta
forma quiso concluir con un alegato positivista, pero no se dio cuenta que en
el fondo no estaba más que aceptando lo imponderable e impredecible que era
este sector. Tal vez confundió el fondo con la forma, o al revés.


[16]Hoy el viento sopla más de lo normal

las
olas intentando salirse del mar

el
cielo es gris y tú no lo podrás cambiar

mira
hacia lo lejos busca otro lugar

y
cien gaviotas donde irán.


El
viejo profesor, que por cierto se llamaba Dr. Sa Vina, viendo que no se había
explicado adecuadamente quiso poner un corolario:


[17]Que las verdades no tengan complejos

Que
las mentiras parezcan mentiras

Que
no te den la razón los espejos

Que
te aproveche mirar lo que mires.


Se dio por concluida la jornada con el acto de
clausura. Tras despedirnos unos de otros fuimos saliendo tranquilamente. Cuando
nos marchábamos todavía pudimos ver como “l’enfant terrible” se pavoneaba
delante de otra joven:


[18]Has tenido suerte de llegarme a conocer

creo
que a nadie le gusta el nacer para perder

abrirás
una revista y me encontrarás a mí

debo
ser algo payaso pero eso me hace feliz.


La joven le empujó con fuerza alejándolo de sí y le
espetó con una inusual dureza y una voz queda y entrecortada,


[19]Teatro… 

lo tuyo es puro teatro 

falsedad bien ensayada 

estudiado simulacro


El Dr. P.A. Dros se me volvió y me preguntó por lo
bajo ¿no eran esos dos los de anoche? ¡Menos mal que esto se acaba!


[20]Te falta llorarme mucho

pero
esto ya se acabó

te
falta morderte el alma

y
morirte como yo

te
falta que el sol se apague

ya
cuando estés en tinieblas

yo
he de desirte por donde

he
de desirte por donde

dejas
tu orgullo y me hablas.



[1] Miguel Ríos, Bienvenidos

[2] Celtas cortos, 20 de abril

[3] Burning, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

[4] Mecano, Aire

[5] Alaska, ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?

[6] El cuarteto de Nos, Almejas

[7] La oreja de Van Gohg, La reina del pop

[8] Loquillo, Feo, fuerte y formal

[9] Fangoria, ¿A quién le importa?

[10] Olé, olé, No controles

[11] Los Secretos, Déjame

[12] Luis Eduardo Aute, Una de dos

[13] Nacha Pop, La chica del ayer

[14] La Frontera, El límite

[15] Radio Futura, Veneno en la piel

[16] Duncan Dhu, Cien gaviotas

[17] Joaquín Sabina, Noches de boda

[18] Loquillo, Rock and roll star

[19] La Lupe, Puro teatro

[20] Alejandro Fernández, Ya se acabó

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