Mariví

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Ilustración: El fastuoso Susón Aguilera. 

Mariví era la
niña de nuestros ojos. Una rodaballa de 20 kilos de peso y cerca de 25 años de
edad. Es posible que incluso fuera más vieja ya que a los 15 años del registro
oficial de la planta había que añadirle unos 4 o 5 pasados en un vivero al que
llegó contando ya con unos hermosos 8 kilos de peso. De haber dispuesto de
escamas, cosa de la que carece esta especie, tal vez podríamos haber hecho una
aproximación más exacta. Descartamos la obtención de su otolito ya que no era
tanto el valor real de su edad como el hecho de mantenerla vivita y coleando y
vaya si coleaba.

Mariví era una rodaballa excepcional. En los últimos 10
años no había dejado, ni un solo año, de poner huevos de una calidad excelente
y con una predisposición y regularidad que ya quisieran los vendedores de
relojes suizos para promocionarse.

Mariví era una rodaballa estelar. Era la estrella de un
gran proyecto de investigación europeo que tenía como objetivo la regeneración
del estoc de reproductores existente en las plantas de producción y de esta
forma ayudar a sentar las bases de la consolidación industrial de la producción
de rodaballo.

Mariví era una rodaballa única. Porque no existía en toda
Europa otra similar en cuanto a tamaño, color, capacidad ponedora, disciplina,
solvencia, mansedumbre… y porque la teníamos nosotros.

Mariví era una rodaballa preciosa. Tenía unos ojazos…


El proyecto europeo dio en titularse GmYED, acrónimo de
“Give me Your Eggs, Darling” y participaban seis de los más reputados centros
de investigación en genética de peces marinos. Verdaderos expertos en la
asignación de parentesco y revolucionarios en cuanto al uso de nuevas tecnologías
como las sondas de ADN.

Nuestro socio en el proyecto era el Servicio de
Diagnóstico Genético de la Facultad de Medicina de la Universidad de Uvieurias.

Nosotros no creíamos que fuese posible asignar parentesco
con los niveles de acierto que nos aseguraban. Decidimos engañarlos.

No es que en nuestro espíritu estuviese el engañarlos sin
más por afán de fastidio o dejar en entredicho a un grupo de reputados
investigadores, ni mucho menos, sencillamente no teníamos ni idea y estábamos
seguros que ellos tampoco. Algo así como el síndrome del que lo cree saber todo
y apenas si sabe lo que sabe aunque cree que es el que más sabe. Cosas de la
juventud que en la mayoría de las ocasiones acaba curándose con el tiempo.

Como hemos dicho teníamos poca idea de qué iba esto. Así
que contactamos con el responsable del proyecto en la Universidad de Uvieurias
y con la excusa de definir adecuadamente los objetivos del proyecto, no fuera
el caso que por un malentendido la liásemos, que ya se sabe cómo somos los
piscicultores cuando de ciencia se trata, que ya se sabe, le pedimos una
reunión. En realidad íbamos con el objetivo de aprender lo máximo en el menor
tiempo posible, cosa del todo imposible pero que por probar no quedase.

Resulta del todo revelador, y chocante para los
científicos, que la industria vaya a la puerta de la universidad a decir que no
sabe y que por favor se le enseñe. Es posible que esta declaración de finales,
ya que principios no hubo, tenga un efecto multiplicador en el ego de los científicos
que, tras años de intentar adoctrinar a cazurros estudiantes, ven recompensada
su existencia con este acto de humildad. ¡Si hubieran hecho caso!

Este regalo divino debe aprovecharse y vaya si se
aprovechó. No sabemos quién lo disfrutó más pero las cerca de seis horas de
clase magistral impartida a título privado, y tal vez con algo de revanchismo
por los muchos años esperando una oportunidad así, fueron realmente eso,
magistrales.

No podemos decir que saliéramos hechos unos expertos
genetistas. El dolor de cabeza era tal que nos hacía del todo inviable ser
capaces de ligar un par de conceptos y encontrar sentido a la unión de los
conocimientos recién adquiridos. Pero lo cierto es que donde hubo algo quedó y
rascando, rascando y con ayuda del “maestro O’zæntonio” acabamos componiendo
una idea etérea y un tanto desestructurada de lo que se esperaba de este
proyecto.

Resultaba evidente que con la ayuda de Mariví lo
conseguiríamos.

El objetivo primordial era la validación de una nueva
técnica de asignación parental basada en la recolección de material genético procedente
de los huevos. De los de los peces, claro. De esta forma se podría determinar y
estructurar la manera en la que los reproductores contribuían a la generación
de cohortes, esto… que quién participaba y quién no. Y no sólo eso, se
pretendía realizar un mapa de la conformación y origen de los lotes de
reproductores de rodaballo existentes en las principales granjas europeas.

Cada una de las empresas participantes tenía que
establecer un grupo de reproductores “top ten” que debía estar constituido por
los que consideraban sus mejores “donantes” y realizar cruces individuales de
forma que cada macho fecundase una puesta de cada hembra. Vamos un proyecto
orgiástico donde los haya. Ya quisiera la industria del porno disponer de una
cantera similar. Igual sí que la tiene. Bah.

Qué mejor que Mariví.

Hagamos un alto. Seis horas no es que sean gran cosa,
cierto. Pero desde luego tuvieron un efecto mayor que el curso completo de
genética que hacía más de diez años que habíamos hecho y que había quedado en
el olvido. Los conceptos proporcionados nos ayudaron a entender que debíamos
ser especialmente cautos y descreídos, que esta gente debía ganarse nuestra
confianza a pulso y demostrarnos que la ciencia no era ficción. Parece que
finalmente no es que nos convenciesen demasiado, ya. A lo mejor es que tampoco
lo entendimos porque llegamos a la conclusión que si nuestro “top ten” estaba
constituido por Mariví y el resto de machos comparsa, qué mejor que hacer un
grupo único y cruzar a nuestra estrella con todos los machos disponibles.
Total, si era lo que siempre pasaba.

Volvamos a encauzar la historia. En el mundo de la
contribución masculina, de la que ya se ha hablado cumplidamente en otras
Historias, sea por inapetencia, sea por cansancio, sea por vergüenza, sea porque
la Viagra todavía no era una realidad comercial, sea por lo que fuere, el día
elegido nos encontramos con que sólo uno de los machos, un jovenzuelo precoz y
por lo tanto necesitado, quiso contribuir y lo hizo alegremente, con
abundancia, sin recato ni reparo. Puesto que Mariví había hecho lo propio, no
podía esperarse otra cosa, nos encontramos con casi un litro de huevos de
calidad excepcional y esperma para fecundar a media población mundial de
rodaballos.

Lo que habíamos entendido y lo que sin duda era lo que
tenía que pasar.

Total que hicimos diversos grupos con los ovocitos y
fuimos fecundándolos con el único esperma disponible. Como no todo era ponerlo
fácil, que ya lo hemos dicho, utilizamos una numeración correlativa y
totalmente inventada como si de varias hembras y machos se tratase. Por si
acaso.

Aplicamos el procedimiento de conservación que nos habían
facilitado y preparamos el paquete para ser enviado. Con un par.

Gracias a Mariví y el generoso contribuyente inesperado
salvamos una compleja situación quedando como verdaderos profesionales.

Desde la universidad nos dieron las gracias por la
magnífica contribución y que ya nos informarían de los progresos, que así daba
gusto.

Pasaron unos meses.

Una llamada telefónica.

       
De la Universidad de Uvieurias, un tal “maestro O’zæntonio”.
De genética.

       
Ah, vale. Ya lo atiendo ¿me lo pasas?

       
¿Sí?

       
Veamos cómo lo explico…

Mal empezamos, pensamos.

       
… que vemos cosas raras en las muestras que nos habéis
enviado para el proyecto GmYED.

       
Ya, ¿y?

       
Que lo que sale es muy raro.

       
Ya, ¿y?

       
Que no lo entendemos.

       
Ya, ¿y…? ¿Qué es lo que no entendéis?

       
Los resultados

Muy mal continuamos, afirmamos.

       
Pues… respecto a los resultados poco os podemos ayudar.

       
No, estooo, sí, que sí que ya lo sabemos que no nos
podéis ayudar, pero al menos si nos explicáis un poco cómo lo habéis hecho, al
menos…

       
Pues… como nos dijisteis.

       
¿Tal cual?

       
Sí, tal cual.

       
¿Igual, igual?

       
Un macho y una hembra, uno a una.

       
Uno a una. Ya. ¿seguros?

       
Y tan seguros.

       
Pero…

       
¿Qué?

       
Que todos salen que son los mismos. No, quiero decir que
todos salen que son hermanos de padre y madre. Pero esto no puede ser porque…

       
Esto…

       
¿Qué?

       
Que a lo mejor sí que puede ser.

       
¿Cómo?

       
Que sí que puede ser.

       
Pero, ¿cómo?

       
Pues que pasa cuando todos son hermanos.

¡Joder! ¡Qué buenos que son estos tíos! Pensamos pero no
lo dijimos.

       
Eso ya lo sabemos, pero es que no puede ser porque…

       
Que sí, que es así.

       
¿Esto…? No acabamos de entender nada.

Se lo explicamos con detalle. Tras unos segundos de
silencio se oyó al otro lado del teléfono…

       
¡Serán cabrones!

Lo
éramos. 

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