Yo, de eso, no tengo

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Ilustración: Susón Aguilera

Junio de 1995 fue especialmente
cálido y tormentoso. En la segunda mitad del mes estuvo lloviendo diez días
seguidos de forma generalizada en casi toda la península. Fueron lluvias
densas, copiosas, de las que saturan la tierra, de las que auguran buenas
cosechas. La temperatura media siempre fue superior a los 22ºC, con picos que
pasaron de los 33ºC e hizo mucho viento.


Sobre todo en el sur de
Portugal.


Nos llamaron muy
preocupados. En los últimos dos días se estaban produciendo mortandades masivas
de peces en los esteros de la instalación de nuestro amigo. Aunque había una
considerable variedad de lotes y tamaños se daba la circunstancia que, principalmente,
afectaban a los juveniles que varios meses antes, en mayo, les habíamos
llevado. Era cierto que ya había pasado bastante tiempo desde la entrega de los
peces, y que con casi total seguridad era muy poco probable que el problema
estuviese en el origen, pero…


… siempre habíamos sido muy
sensibles a este tipo de solicitudes.



Cuando a uno se le
empiezan a morir los peces a miles y esto sucede un día sí y al otro también,
no es para tener miramientos. Normalmente la situación suele ser muy seria y requiere
atención inmediata. Requiere de una suerte de brazo armado especializado en
actuar en zona de guerra.


Requiere del Equipo de
Intervención Rápida (EIR).


Además, José Voreira, era
muy buen cliente, cumplidor y fiel, todos los años nos compraba varios lotes y
hacía alarde del buen resultado que obtenía con ellos. Nos tenía por serios y
profesionales, desde luego que lo éramos.


Nuestro EIR estaba
especializado en misiones imposibles.


Recuperamos todos los
datos de archivo de los diferentes lotes que le habíamos enviado, hasta cuatro
en apenas un mes. Revisamos con detalle las clasificaciones, alimentación, tratamientos
y atenciones que habían tenido, los muestreos de peso y conteos, así como los diversos
análisis de Rayos-X, de microbiología y sanitarios que se habían hecho para
establecer la calidad final de los lotes.


Disponíamos de lo último en tecnología de guerra fría.


La verdad es que no se encontró
nada anómalo, todo estaba dentro de la más absoluta de las normalidades, así
que preparamos una carpeta con todos los documentos, incluyendo los de los
diferentes transportes, cogimos las placas, el Equipo Especial de Intervención
(EEI) y a la mochila. Decidimos ir a visitar a nuestro amigo y ver cómo
podíamos ayudarle.


EIR más EEI una fuerza de
élite digna del mejor de los ejércitos.


Salimos a medio día y al
anochecer estábamos llegando, justo para ir a dormir, tras una cena ligera y
una copa en mitad de una charla tranquila. El día siguiente iba a ser exigente
y el asunto no había remitido, estaba estancando cierto, pero en estado muy
crítico.


Eso nos había hecho saber
José.


Como suele ser habitual,
tampoco entiendo porqué, llegar a las zonas donde están ubicadas las plantas de
producción no es sencillo. Después de la carretera principal, un par de
secundarias por entre diversas poblaciones cada vez menos habitadas, pista sin
asfaltar con apenas unas casas y  después
varios kilómetros de un camino más o menos decente hasta llegar a la
instalación.


Pero valía la pena.


El lugar era realmente
espectacular, de ensueño, ahora es posible entender el porqué. El estero se
adentraba en tierra casi medio kilómetro hasta perderse cerca del sotobosque
que faldeaba una montaña, de esas del sur de Portugal, como de juguete, pero
que se sabe que son traicioneras. No se llegaba a ver la mar, aunque el olor
indicaba que no estaba lejos. Era ese olor de salitre dulce que recuerda a los
días de playa de la infancia, al rebozo de la arena pegada al cuerpo, a
caracola y que trae el sabor de la inocencia y la despreocupación. Todo estaba muy
bien cuidado, pulcro, limpio, recortados los bordes de forma que era accesible llegar
a cualquier sitio y por cualquier lado y por todo su contorno. Nos paramos unos
segundos a disfrutar de las vistas y de los recuerdos.


José nos esperaba en la
puerta.


No saludamos, tenía café
preparado y nos lo ofreció, esto siempre se agradece y mucho. Era una forma
magnífica de empezar. Antes dedicamos unos minutos a contemplar juntos la
instalación. Se sentía orgulloso de ella y nosotros nos dimos cuenta. Allí
había mucho más que un negocio, allí estaba su vida. Pasamos adentro de su
oficina y café en mano empezó a ponernos al corriente. Más o menos, en la
última semana había empezado a notar un comportamiento extraño en la parte
superior de la instalación, donde estaban los peces más pequeños, los nuestros,
primero había bajado mucho su ingesta, luego empezaron a verse en grupos
aislados e incluso algunos casi se podían coger con la mano, pero no se les
veía nada raro.


Nada que no fuera
diferente si no es por que…


…un par de días después,
el comportamiento extraño se había ido generalizando por toda la planta
afectando por igual a grandes y pequeños, aunque habían sido estos últimos los
que empezaron a morir. El primer día un centenar, el segundo varios miles, en
cinco días llevaba casi sesenta mil recogidos.


Realmente eran muchos.


Empezamos por las
preguntas de rigor, por lo que dictaba el manual del EIR y si, nos confirmó que
efectivamente había cogido unas cuantas muestras y ya las había enviado a la
universidad, a un amigo suyo que entendía mucho de peces, pero que no le habían
encontrado ningún bicho raro, que tal vez fuese flojera. Nos miramos, vaya, no
era ese el análisis que hubiésemos esperado, sabíamos y conocíamos muy bien al
equipo de patología de la universidad cercana y eran unos profesionales
excelentes.


Aunque no dispusieran de
nuestro EEI.


Empezamos a dudar de la
especialidad de su amigo, pero la verdad es que no le preguntamos ya el nombre
que nos dio no correspondía con ninguno de nuestros conocidos. Nos confortó
pero nos preocupó y mucho. Sabíamos que José peleaba cada céntimo, más que
pelearlo, lo luchaba como si en ello le fuese la vida. Por supuesto que le iba
y sabíamos que ese amigo suyo le había hecho un favor, y que en esa transacción
no se había movido ni un céntimo, seguro.


La amistad no tiene precio.


José continuó diciéndonos,
el pienso ese, el de siempre, el cuidado, el habitual, el oxígeno, normal, con
el aparato que tenía estaba tranquilo y sus empleados no le habían dicho que
pasase nada raro. Sí, la verdad es que últimamente había llovido bastante, pero
sobre todo en la parte alta de la montaña, allí en la costa, no tanto.


Hum. Más o menos como casi
siempre.


Tomamos varias muestras de
peces, pequeños y grandes, moribundos, para echar un rápido vistazo, no sé, por
si acaso algo nos llamase especialmente la atención. Los que de verdad
entienden de esto saben que mirar unos peces en el campo, aunque sea dotado con
un EEI de última generación, es decir con poco más ayuda que una navaja suiza y
mucha voluntad, sirve poco más que para que te consideren un auténtico idiota,
cierto.


Recuerden que era la
guerra.


Sin embargo algo nos llamaba
la atención y era que todos tenían las lamelas branquiales irritadas, muy
irritadas. Eso es algo que se ve rápido, no hacen falta microscopios ni
artefactos sofisticados, que además no formaban parte de nuestro EEI, aunque si
que constaba como material de reconocido uso en el manual de EIR. Pero, como es
lo que siempre hacemos, mirar las branquias como si ahí se encontrase toda la
historia viva reciente de los peces moribundos escrita, pues lo hicimos. Bueno,
a veces también miramos los ojos, pero estos eran ojos de pez normales, no así
las branquias.


No, no así la bránquias.


¿Cuándo llueve tanto
arriba no hay riesgo de que llegue mucha agua dulce por la ribera hasta el
estero? Le preguntamos con curiosidad y respeto a José, como si con ello fuésemos
a ofenderle, ya que un poco de agua dulce en absoluto causa ningún efecto en
las doradas que ya vienen equipadas de fábrica con una gran capacidad de
soportar cambios de salinidad, sobre todo cuando éstos son progresivos. Lo dice
el manual del buen EIR.


Tal vez comen algo menos.
Nos dijo.


José miró a su alrededor,
apuntó con sus ojos a la parte superior de la instalación, se rascó la cabeza,
volvió a dar una vuelta completa y nos miró. No, no creo, las compuertas están
cerradas y el canal es lo suficientemente profundo como para absorber toda el
agua que baja, a veces se desborda un poco, por allí. Nos señaló en la zona de
entrada de los primeros tanques, al lado de la falda de la montaña y era
cierto, en estos momentos se veía como una lámina de agua un tanto grisácea
entraba en el estanque.


¿Qué es eso? Le
preguntamos.


Bueno, el mes pasado
tuvimos un par de incendios bastante grandes en la parte de arriba, menos mal
que cambió el viento y se lo llevó a la otra sierra, aquí no pasó nada, por lo
que deben ser cenizas que bajan con estas lluvias de estos días, pero ya veis
no es casi nada. ¿Podemos ir a verlo? Claro, calor, nos dijo y allí nos
dirigimos. A llegar tuvimos una gran sorpresa, el frontal del canal había
cedido, por las escorrentías probablemente, y la cantidad de agua que estaba
entrando y que desde la distancia no se apreciaba era realmente importante y
parecía que llevaba bastante suciedad en general, de hecho se empezaba a
apreciar sedimentación oscura en el fondo del estero.


Parece que igual vamos a
tener por aquí un problema, dijimos.


Mucha agua dulce, cenizas,
bastante sedimento y poco marea en estos últimos días, tal vez no ha bajado
mucho la salinidad, ni la temperatura, pero a lo mejor tenemos un problema con
el pH. Miramos a José y le preguntamos,


¿José cómo tienes el pH?


José puso cara de pocos
amigos, nos miró de arriba abajo, porque sé que nos apreciaba que si no en ese
mismo momento creo que si hubiese podido nos habría apuñalado con la mirada y
con otra cosa…


… ¿Pehache?


Venga no me vengáis con
historias, que yo de eso estoy seguro que no tengo, que los de la universidad
lo han mirado todo y de eso no dicen nada.


El EIR hizo RIP.


Ese mismo día el
coeficiente de marea era muy considerable, la entrada de agua de mar fue como
correspondía y la avenida de agua de lluvia había cesado.


No hubo más bajas.


Seguramente no fue debido
al pH, era evidente que de eso no tenían.
 

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