Crónicas mundanas de la COVID-19 (D26)

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Hay que ver lo que dan de sí 26 días. Evidentemente es relativo y cada uno podrá interpretar ese tiempo dentro de las circunstancias particulares que conformaban su vida antes de y después de. Hoy el sol ha decidido dejarse sentir y lo ha hecho con ganas, viniéndonos a recordar que el pasado era una ficción temporal.

Día 26 de semiconfinamiento Covid-19

En la teoría de la relatividad especial se unificaron los conceptos espacio-tiempo. En el estado especial en el que nos encontramos se está produciendo una redefinición de los conceptos espacio y tiempo.

El espacio ya no es el que era, ahora es una conjetura formal determinada con un estar siempre en el mismo sitio. El tiempo pasa, cierto, pero viene determinado por unas leyes de la física que desconocíamos. Hay días que pasan a la velocidad de la luz y parece que rejuvenecemos, hay días en los que el tiempo se detiene y vemos como nos aparecen arrugas.

Observo mis manos y me veo reflejado en la foto de las manos de mi madre, que, con 90 años, mira todo esto con una perspectiva que desconozco. Aunque creo que no debe ser muy diferente de la mía. De hecho, lleva confinada más de estos 26 días, porque le había pillado previamente unos días de mal tiempo y no estaba por salir. también es que se ha vuelto algo perezosa. En cambio ahora con este sol desearía trotar, bueno exagero.

Lleva más de un mes sin su paseo chiquitito pero esencial. Cuántos mayores deben estar en una situación similar, aunque privilegiada, en su casa.

Acabo de ser consciente que llevaba desde el pasado día 29 sin pisar la calle y me ha costado mucho saber, con exactitud, cuántos días hacía que se había dado esta circunstancia. ¡Han pasado 11 días! Pero todavía me ha costado más saber comportarme.

No me acostumbro a tener que esperar en una cola separados por más de un metro a la entrada del supermercado para evitar aglomeraciones. No me acostumbro a ver mucha gente con mascarilla y guantes, estoy esperando a que oficialmente se diga que es necesario para perder este pequeñísimo grado de libertad que me permito. Cumplo con la distancia social como si de una purga se tratase.

No me acostumbro al devenir de las personas, algo más relajadas tal vez, esquivas por la calle. Hoy he mantenido un par de conversaciones, muro espacio-temporal de por medio, con dos vecinos en la calle. No me acostumbro a tener que preguntar si están bien.

No me acostumbro a adquirir, exclusivamente productos de primera necesidad, es decir alimentarios y, hoy, varios medicamentos. Echo en falta fruslerías, no mucho es la verdad, pero hubiese querido comprar alguna barrita energética de las que uso para mis marchas ciclistas. ¡Ay, mis marchas ciclistas!

No me acostumbro a la llamada de la tarde para saber de la familia, regular y necesaria como el aire que respiramos, y al mismo tiempo venenosa por la obligatoriedad impuesta.

Me he propuesto no acostumbrarme a nada de esto, aunque he decidido que lo pondré en marcha cuando todo haya pasado, porque ya me he acostumbrado.

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