Cuatro sonetos acuícolas para una canción asabinada

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Ilustración: Susón Aguilera ejerce de corifeo.

I.

Ante la parada del pescadero

producto de nuestros mares salados

zonas puras de ríos indicados

apenas un distingo marinero.

La franca inmensidad del cultivo

que rememora crianzas añejas

de chinos, romanos prácticas viejas

emula a la vid y el olivo.

Cofrades y cocineros reputados

andan descubriendo la esencia

del sabor y gustos recuperados.

Así, sin atisbo de impostura

fundamentada en la vera ciencia

os presentamos la acuicultura.



II.

Ay, si pudiera la Santa de Rita

quitar aquello que no se ha dado

moriría por dejar fundamentado

que la dorada es hermafrodita.

Siempre elegante, de piel fina

vívida, ejemplar, sofisticada

Selene devuelve a su morada

a la migradora y veloz lubina.

Con un comportamiento tarugo

sensiblero, extremo y caprichoso

tenemos al glorioso besugo.

Y de singularidad plateada

que jamás encontramos en reposo

la anguila es dulce o salada.

III.

Como cual alma pura y vieja

que vive tranquila en soledad

dentro de su notoria equidad

observamos a la simpar almeja.

Ajena a la marina virulencia

protegida el alma en su costra

dormita sosegada la ostra

y se ríe de toda ocurrencia.

Anclado y fijo sobre un mojón

ávido de pilosas insinuaciones

disfruta del meneo el mejillón.

Bajo los caminos compostelanos

dando unos saltos de proporciones

la vieira se nos va de las manos.

IV.

Una naturaleza olfatoria

ayuda con caprichoso agrado

al poco insinuante lenguado

en sus finas artes amatorias.

Con estructura desmembrada

ojos de perfección milimétrica

cerebro con una mente tétrica

el pulpo es amo de la morada.

Para acabar raudo el soneto

recuerdo un pez de lo más principal

no quiero menospreciar al sujeto.

Enmiendo, quizá, el posible fallo

que fue el delegar para el final

a mí preferido, el rodaballo.




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