Buenas vibraciones

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Tras un intenso año de trabajo en el que la reproducción del bacalao había sido su único y exclusivo objetivo, la Dra. Fingersström se dijo que era el momento adecuado y que se iría de crucero. Qué mejor forma de esperar la aprobación de su nueva propuesta que en compañía de su amado y disfrutando de un lujo que no podía ni imaginarse. Lo había organizado con meticulosidad y ya tenía comprados los pasajes de lo que se anunciaba como el más romántico de los cruceros bálticos. Cinco noches de lujo bajo la luz omnipresente del verano del norte.

Mientras hacía la maleta no podía evitar sentir una acumulación de odio y rabia que le venía causada por el hecho que, en el último momento y sin preaviso, su novio, el Dr. Sluppström, la dejase plantada por una estudiante procedente de un país sudamericano poseedora de unas virtudes tremendas.

Siguiendo el consejo de su mejor amiga, Tǿkan Meemas, se propuso seriamente olvidar e ignorarlo y nada mejor que hacer ese crucero en compañía del mejor invento que se había hecho recientemente. Un artilugio en boca (y más) de todo el mundo y del que su amiga le decía que moría por él. Era el último modelo de vibrador. Ergonómico y realista, un punto chic y sofisticado, vamos un lujo de placer. Tanto despertaba la admiración (la publicidad ayudaba “Ideal para descubrir nuevas sensaciones”) que no sólo estaba causando devoción entre las usuarias sino que estaba acabando, de una vez por todas, con el mito masculino y la necesidad de disponer de hombres.

Total, para que te hagan esas guarradas… Pensamiento generalizado expresado en confesión de Tǿkan a Mette, nombre propio de la Dra. Fingersström.

El día antes, acompañada de su amiga, fueron a un famoso sex shop de la capital donde las colas para adquirir el extraordinario instrumento empezaban a ser portada de la prensa nacional. Colas inmensas en las que se apreciaba una creciente excitación a medida que las personas se iban acercando a la puerta del establecimiento. No sólo había mujeres, que todo hay que decirlo. Virtudes sin duda debería tener.

Nueva cuña publicitaria: “Con su regulador progresivo tendrás el control total”.

Unos comentarios escuchados en la cola mientras esperaba su turno, provenientes de una mujer que hablaba con otra como si hubiera vuelto a renacer: “Acabo de tirar el Prozac”, fueron decisivos para no pensárselo dos veces y adquirío el magnífico consolador.

Acabó de meter en la maleta la sencilla pero exquisita bolsa que lo contenía. Sintió un escalofrío al cogerlo. Cerró la maleta y de inmediato echó la llave de la puerta de su casa destino al puerto. También intentó dejar allí sus dolorosos recuerdos recientes. Por delante cinco maravillosos días con sus noches para olvidarse de todo, pero especialmente para extirpar de cuajo de su memoria a ese cabrón que la había abandonado por la tan exuberante estudiante. Tal vez esos recuerdos no quedaron tan bien guardados… No es que sintiese envidia ni celos, no era eso exactamente ya que era capaz de reconocer que era endiabladamente seductora. Era otra cosa. Pero todo eso poco importaba ahora. Se sentía poderosa con el tesoro que llevaba en su maleta y sabía con toda seguridad que no la abandonaría nunca.

Publicidad: “Descubre un placer inigualable”. Sabían venderse.

No se había equivocado, el crucero era un verdadero lujo. Lujo que compartiría con su nuevo compañero el “Orgasmeitor3000 Premium Plus”. Sonrió al recordar que lo que realmente le hizo darse cuenta que era lo que buscaba, era la publicidad que leyó en la caja: ¿Quién necesita a los hombres?

Una cena deliciosa, magnífica, evocadora y llena de sabores que no recordaba. Cada nuevo bocado provocaba una explosión de placer que iba directa de sus pupilas a la parte más primaria de su cerebro. No podía contenerse. El vino ayudaba. Un gran vino de una zona tremendamente exótica del sur de Europa y que no conocía en absoluto la “Terra Alta”. Se apuntó mentalmente que debería realizar un viaje a esa tierra.

Emocionada, con la sensibilidad a flor de piel y temblando por lo que sabía iba a encontrarse se dirigió a su camarote paseando por babor. El aire fresco atenuado, la extraña luz diurna de la noche y el color del agua la transportaban casi en volandas hacia su placentero nido.

Abrió la maleta, tocó el envoltorio de su Orgasmeitor, otro escalofrío. Lo retiró con suavidad y observó el aparato. Pura lujuria bajo la sencillez proporcionada por la más alta tecnología soportada con una batería inagotable. Se le había quedado grabada la cuña publicitaria que vio en la pantalla de la tienda mientras esperaba su turno para pagar: “Jamás te abandonará”

Cinco minutos en solitario bastaron para darse cuenta que la publicidad no engañaba, al contrario, cuánto había estado ella engañada por la carnalidad de un hombre inseguro y con tan pocas prestaciones. Era increíble como una cosa tan pequeña podía ser capaz de integrar tanta potencia y consistencia haciendo que cada poro de su cuerpo fuese receptor de señales físicas que desconocía y que de inmediato desencadenaban una reacción química tras otra, imparables. Nunca había sentido nada igual. El primero de los muchos clímax que percibía y de los que sin duda iba a ser agraciada estaba a punto de producirse, a punto… a punto…

Publicidad: “Inagotable”

Brrrr…pzzzz…pzz…p

-¿Cómo? ¿Qué? ¿Pero es que esto sólo me puede pasar a mí?

El Orgasmeitor acababa de pararse. Así, en seco, sin más. De repente. Casi como un hombre.

Con las terminaciones nerviosas locas, las pulsaciones disparadas, el cuerpo medio en convulsión, el principio de placer infinito se volvió rabia, la rabia desesperación, la desesperación odio y el odio hizo que abriera el ojo de buey de su camarote y con toda la fuerza que le proporcionaba la mala leche acumulada lo lanzó al mar todo lo lejos que pudo. Se quedó mirando por la ventana y vio como se iba un poco de su vida. Se sintió sola y triste. Le temblaban las piernas. Al menos le quedaba el recuerdo y procuró alargarlo todo lo que pudo. Pudo.

Casi a media milla más allá, nada más entrar en contacto con la fría agua del Báltico el Orgasmeitor despertó.

Brrrrrrrrr…

Empezó a hundirse poco a poco, poco a poco, girando sobre sí mismo y emitiendo unas ondas que de inmediato fueron fuente de atracción para un grupo de bacalaos. Una hembra grande, de casi 20 kilos, se abalanzó haciendo uso de toda la potencia que podía desplegar su aleta caudal sobre lo que percibía como algo exquisito. Se lo zampó. Casi se muere del gusto, digo… del susto.

Al cabo de unos segundos y tras llegar a su estómago, brrrr…pzzzz…pzz…p

Publicidad: “Resiste mientras tu resistas

Pasaron un par de meses, empezó la migración y la época de puesta. El grupo de bacalaos estaba alterado. Los movimientos reproductivos eran cada vez más intensos. A los despliegues de acelerones y paradas en seco se sucedían fuertes sacudidas continuadas de tres o cuatro machos que acababan golpeando su abdomen, de pronto… Brrrrrrrrr…

Tras dos días de vibración ininterrumpida la bacalao estaba exhausta y descolocada. No podía seguir a su grupo por lo que fue una presa fácil de unos pescadores que no daban crédito a lo que veían. Una bacalao que se dejaba coger con las manos, nada menos que de 20 kilos y que emitía una extraña vibración que los cautivaba. Se turnaban por tenerla un rato en sus manos. Vaya, vaya.

Tan fácil fue capturarla que pudieron pasarla a un tanque y mantenerla con vida sin dificultad, siempre extrañados por su comportamiento, siempre con ganas de tocarla un poco. No podían explicarlo, pero es que daba un gustinirrín. Sabían que el instituto de investigación cercano a su puerto de amarre pagaba de una manera extraordinariamente buena, casi 20 veces su valor en el mercado, si conseguían ejemplares como la que habían logrado y añadían un plus si llegaban vivos.

Fue de esta manera como llegó nuestra bacalao con el Orgasmeitor, después de algo más de tres meses, a manos de la investigadora que estaba al cargo del proyecto de reproducción, la Dra. Mette Fingersström. Con la nueva financiación había podido adquirir material sofisticado que estaba deseando probar. Especialmente un ecógrafo de nueva generación que iba a permitirle determinar el estado de madurez de los peces sin tener que sacrificarlos. Cosa que siempre le había producido un altísimo pesar. ¡Es que era tan sensible!

La Dra. Fingersström había visto muchos peces, desde luego, pero el comportamiento de esta bacalao la desconcertaba. Nada más tocarla sintió un escalofrío acompañado de extraños recuerdos, convulsos recuerdos, malos y buenos. Inentó concentrarse en el trabajo, pero no pudo evitar que una corriente nerviosa atravesara su espinazo.

Miró el gonoporo y se dio cuenta que era una hembra y por la hinchazón de su abdomen probablemente en un estado de madurez avanzado, casi a punto de la puesta. Preparó un baño con anestésico para adormecer al pez y poder manejarla adecuadamente. Apenas tres minutos en el caldo sonnífero y paró el coleteo, no la extraña vibración. Brrrrrrrrr… Un nuevo escalofrío. Se le erizó la piel y un cierto tembleque de piernas le empezó de forma involuntaria. Sin saber cómo ni por qué empezó a salivar y a recordar ciertos sabores de meses atrás y…

-¿Qué era aquello que tenía que recordar de una tierra de vinos? ¡Hay que ver qué cosas!, pensó.

Sacó a la hembra del agua, la apoyó con extrema suavidad sobre una bayeta y acercó el ecógrafo a su abdomen. Lo encendió y empezó a ver una imagen difusa en la pantalla. Efectivamente era una hembra, no se había equivocado, por algo era la mejor en este campo, y con una gónada totalmente desarrollada, pero… ¿qué era eso que aparecía? No, sin duda alguna eso no era un trozo de gónada momificado, no. Eso… De inmediato se le formó la imagen en su mente. No, no podía ser, imposible.

Eso, eso, eso es un Orgasmeitor”, gritó.

Publicidad: “Es tuyo y sólo tuyo

En la tienda, al comprarlo, le ofrecieron la posibilidad de serigrafiar su nombre o el que quisiera para hacer que el “suyo” fuese siempre suyo. Cuando se lo dijeron le pareció un tanto naif y primitivo, sin embargo y como venía de una dolorosa relación en la que había quedado dolida y sola, dijo que sí y pidió que le pusieran el nombre de “Min thingy”. Cosas suyas.

Con extraordinario cuidado practicó una certera y delicada cesárea a su querida bacalao. Extrajo el aparato. Cosió y cauterizó. La pasó a un tanque con agua fresca y oxígeno abundante. Le administró un antibiótico de amplio espectro para evitar posibles complicaciones. Observó cómo poco a poco recobraba el conocimiento y empezaba a nadar. Al principio un tanto desordenadamente, al cabo de unos minutos de forma normal. Se había recuperado bien y estaba convencida que le proporcionaría unas puestas de calidad excepcional. La bacalao parecía nadar relajada y se diría que hasta contenta.

La Dra. Fingersström tenía en sus manos un “Orgasmeitor3000 Premium Plus” con un nombre serigrafiado, el suyo. Y no paraba de vibrar. Presionó el botón de “on/off”. Paró. Volvió a presionarlo, se activó, Brrrrrrrrr… Sin saber por qué estuvo haciendo este gesto durante varios minutos. Ni un solo error. Ni un solo mal funcionamiento. Perfecto. Tal y como meses atrás había leído en las instrucciones: “Toca sin parar y sin parar, toca el cielo

Decidió dejarse llevar por la pasión y acabar lo que meses atrás quedó pendiente.

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