Vacúnemelas de lo que sea

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Ilustración: P.A.Dros y Z. Arza sucumben a Susón Aguilera

Hacía tiempo que el gin de Mahón servido en frascos para la obtención de
muestras de orina (vamos de los de hacer pipí de toda la vida) se había
convertido en la única manera de sobrellevar, más bien de soportar, la
hecatombe que el brote de pasteurella nos estaba produciendo.

En poco más de
una semana habíamos perdido el ochenta por ciento de la producción y era tan
dolorosa la imagen de las larvas girando en torno a sí mismas, hacer una virulé
y volver a girar para al cabo de unos segundos caer muertas al fondo del
tanque, que empezamos a no querer verlo. Toda la ilusión del trabajo bien hecho
se desvanecía en la nada más absoluta. Era tremendamente doloroso, pero lo peor
era la impotencia y el desconocimiento de qué es lo que había provocado algo
tan atroz.

Hasta tal punto dolía que decidimos aceptar nuestra ignorancia y recurrir a
lo que fuese para parar la hemorragia. Apenas si nos quedaba sangre y
empezábamos a notar una debilidad rayana en la anemia.

En realidad daba casi igual la causa o el posible error de procedimiento
que había hecho que una instalación modélica como la nuestra, perfecta (bueno,
casi perfecta, era obvio) en cuanto a gestión sanitaria, de golpe, sucumbiese
al demoledor efecto de esta bacteria. Algo tan pequeño. Maldita sea.

De haber
sido creyentes lo habríamos asociado con alguna de las plagas bíblicas, sólo
que esta era real.


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